Su familia y amigos de la infancia le llamamos “Peque”.
Un cariñoso apodo bastante apropiado cuando tienes 4 años y
que seguimos usando sin ningún empacho aunque se encamine sin freno a los 40.
Peque es uno de esos amigos que hay que tener, un personaje,
una fuerza de la
Naturaleza.
Es la persona más alegre y vital que he conocido, con un
entusiasmo contagioso por miles de temas, desde la causa de los monjes
tibetanos hasta los extraterrestres.
Es también alguien increíblemente paradójico: Por una parte
lo cuestiona todo, es un “antisistema” y desconfía de cualquier información que
provenga desde un medio “oficial”(véase periódicos, televisión, y radio).
Al fin y al cabo los gobiernos están ahí para manipularlos.
Sin embargo, si la información proviene de círculos más
marginales, como libros divulgativos de editoriales pequeñas, blogs, o de boca
a boca, adquiere toda la credibilidad del mundo.
Peque está convencido de que en el año 2012 el mundo se irá
al carajo tal y como vaticinaban los mayas y de que los campos de trigo en
Inglaterra son una pizarra estelar para seres de otros mundos.
Esta tira refleja lo que pasó un día que fuimos a dar una
vuelta.
Peque cree a pies juntillas que en un parque en Madrid, un área
de repoblación forestal cercana a la casa de campo, cerrada al público y con
acceso limitado a grupos de estudiantes y demás, hay un dólmen prehistórico.
Siempre que me encontraba con él me hablaba de las sensaciones
que te inundan en la cercanía del monolito, de las vibraciones que despedía, de
las líneas de fuerza tan terribles que fluyen a su alrededor…
Un día le propuse ir a visitarlo.
Imaginándome como un mono de la película “2001, odisea en el
espacio” me dispuse a colarme en el parque…
Estas tardando en organizar un excursión ¡Quiero verlo!
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